miércoles, 15 de junio de 2011

Castigo y colaboración en la Economía del Don y la era del Creative Commons


La Economía del don (o del regalo) la encaramos como una cultura: entregas cosas, información, en fin, aportes de la más diversa índole que resulten un provecho para los demás. En la antigüedad las sociedades basadas en este sistema privilegiaban el intercambio recíproco de todo aquello que necesitaran y estuviera disponible en su comunidad. Lo esencial era la búsqueda de una sociedad igualitaria en que los recursos se traspasaran de unos a otros pudiendo ser aprovechados por todos, premiando al que compartiera, castigando al que no lo hacía, pues se infringía un principio de colaboración y ayuda para el progreso de todos.

Hoy en día, los commons tradicionales pasan a segundo plano, dominan las economías de mercado, lo que sí presenta relevancia son los commons digitales vía Internet. Aquí se nos presentan dos efectos: uno, que compartimos información y archivos en general, el otro, que mientras compartimos infringimos los derechos de autor de alguien, ciertamente, de muchos. Luego, constituye un delito dejar sin el provecho económico de explotación comercial al autor de obras intelectuales al distribuir sus creaciones por Internet.

Como se aprecia, pareciera que estamos frente a una inversión en los parámetros de la economía del don, el castigo ya no es para quien deja de compartir o se niega a hacerlo, actualmente es para el que comparte. Internet abre la posibilidad de hacernos con, básicamente, todo lo que necesitemos, pero no tenemos el derecho de ‘tomarlo’ como estamos acostumbrados.



¿Existirá una solución para evitar este lío?


Postulamos que sí. El licenciamiento con Creative Commons permitiría, en parte, salvaguardar que los autores de obras intelectuales, quienes desean obtener un legítimo provecho económico y ven frustrado este propósito, sigan recibiendo sus ganancias a la vez que reconocimiento, a su vez que los usuarios receptores tienen la posibilidad de realizar cierta distribución legalmente, sin riesgo, e innovar a partir del contenido, inclusive contribuiría como motivación para que estos usuarios crearan obras propias, las que distribuirán, cumpliendo con los fines loables de este tipo de economía y sistema de intercambio.

La sustentabilidad del sistema depende íntegramente del licenciamiento con Creative Commons de parte del creador, con ello masificar y aún vender sus obras, permitir ciertos usos para usuarios y futuros reutilizadores, junto con la noción de la ayuda recíproca y colaboración . Esto hace pleno sentido si pretendemos evitar la llamada 'tragedia de los comunes' tanto como la de los 'anticomunes'.

Respecto a la fiabilidad que nos puede dar todo lo que hemos dicho es preciso analizar entonces, en la práctica, un contraste entre realidad física y virtualidad. El límite para la expansión de relaciones de intercambio, en la realidad, es mucho más limitado, pensemos que la reciprocidad se está dando solo por las directrices de una economía de mercado, por lo que pagamos un precio. ¿Feedback? Muy poco. Un autor no recibiría de vuelta, por ejemplo, un libro creado por nosotros o un mix de su tema.

El sistema ahora, en el ámbito de las relaciones -incluso horizontales- vía Internet con los creadores, permite expandir las redes, posibilita una vinculación directa con los demás para recibir el feedback necesario. Comunidades virtuales, mantenidas solo con un ánimo de reciprocidad, mediada por la originalidad y la gratuidad, la distribución de creaciones compatibilizada con licencias Creative Commons, otorga el premio que se viene mereciendo desde hace tiempo, no un castigo.



Lo aventuramos como una solución, no completa, pero que ayudaría al hoy enmendado y retocado Bien Común.